“Danzando sobre el volcán”
En Münster se estrenó Cancionero, la nueva coreografía del argentino Daniel Goldin ex bailarín de la compañía de Pina Bausch.
El día 2 de noviembre, el Día de los Muertos, se pueden comprar en México ataúdes de mazapán y también pequeñas calaveras azucaradas con monogramas, dulces y pegajosas. Más allá pueden verse esqueletos de arcilla que mueven ollas de sopa o que sostienen una llave para tuercas en la mano. Osamentas de papel de vistoso colorido nos sonríen, mostrando sus dientes, en cada esquina. "La muerte derriba al hombre más valiente y a la mujer más fuerte", dicen las "Decimas de la vida y la muerte", las mismas que sirven de fundamento -además de otras fuentes- al trabajo más reciente del coreógrafo Daniel Goldin. Lo presentó, en febrero, poco antes de la obra más reciente de Pina Bausch sobre Hong Kong. Se titula Cancionero-Liederbuch y es su primera producción para el Ballet del Teatro Municipal de la ciudad de Münster, del que es director desde la presente temporada.
Daniel Goldin nació y se crió en Buenos Aires; pertenece a la segunda generación de una familia judía que emigró de Ucrania a Argentina. Se considera a si mismo una especie de trabajador fronterizo, es decir, alguien que se mueve a través de los límites que demarcan las diferentes culturas; por lo tanto, su tarea es la de recordar y seguir tras las huellas del pasado. Como coreógrafo busca el momento cuando el pasado colectivo y el individual se funden en un todo y se concrecionan en una sucesión de cuadros cargada de emociones. Así, por ejemplo, evoca el mundo campesino de Galicia en la serie de duetos a la que llamó Wegerzählungen ("Relatos para el camino"); en Finisterre, los caminos a Santiago; y en Papirene Kinder, escudriñó los recuerdos de los emigrantes judíos.
Goldin ha seguido su camino y ha vuelto al continente en el que transcurrió su niñez, es decir, a America Central y a América del Sur. Cuando la conquista, los españoles implantaron por la fuerza su cultura sobre la de los indígenas. Pero como sucede con un volcán que no erupciona aunque su interior sigue activo, las tradiciones oprimidas continuaban presentes y en movimiento por debajo de la superficie. En toda América Latina éstas resurgieron a la luz y se mezclaron entre sí y con las influencias europeas. El resultado de este proceso ha sido el nacimiento de una cultura vital, expresiva y poderosa que cambia constantemente, como ocurre con el suelo volcánico sobre el que se ha desarrollado. Esta es la premisa de Goldin. El coreógrafo utiliza canciones como portadoras e intermediarias de la herencia cultural. La música de Agustín Barrios la completan baladas de México, Venezuela, Brasil, Argentina, Chile, Cuba y España. EI cráter del volcán -situado en el proscenio del escenario trapezoidal- es un símbolo rojo incandescente; hay, además, sacos de arena, escaleras y un tabique de madera de la altura de una persona: estos son los accesorios con los cuales Goldin y Susannah Wölitsch han equipado el escenario.
No se trata, pues, de cuadros que reflejen las grandes metrópolis latinoamericanas contaminadas por el smog; y Goldin tampoco se interesa gran cosa por el imperialismo cultural estadounidense. Son más bien cuadros que reflejan un mundo aldeano o rural arcaico. Goldin, habitante y observador de este crisol de culturas, ni siquiera se toma la molestia de luchar contra la visión que Europa tiene del continente sudamericano; el posee la suya, y sabe traducirla en danza. En el escenario vemos un grupo de personas vestidas con ropas claras y sencillas, acuclilladas sobre sacos de arena, apáticas, vencidas por su destino y entregadas a él. De pronto, el tronar del volcán las saca de su marasmo y reaccionan, cobran ánimo. Saltan sobre una pierna. Entonces se abre un cuerpo: el torso sumergido se extiende ampliamente, estirándose a más no poder. Los suaves movimientos de cadera de los bailarines se convierten entonces en pasos violentos y rítmicos que los empujan hacia adelante sin que se interrumpa, no obstante, el flujo lírico del movimiento. Algunos danzarines se liberan de su inmovilidad o se separan del grupo de danza colectiva y se acercan al borde mismo del volcán para terminar danzando sobre él. El cráter, situado en el centro, constituye el punto de referencia; a su alrededor, formando un circulo, danzan los bailarines.
La arena vuela por los aires cuando los apasionados movimientos la levantan en torbellinos. Tanto los elementos afro-americanos como los ejercicios paramilitares de los guerrilleros se concentran alrededor de este cráter; y a él también acuden danzando la monja, el azteca y el conquistador. Sin embargo, son raras las ocasiones en las que Goldin se muestra tan concreto y objetivo. Èl crea el ambiente y los estados de ánimo a partir del movimiento. En Cancionero-Liederbuch, Goldin ha llevado a la perfección su lenguaje coreográfico y ha encontrado a las cincobailarinas y a los cinco bailarines capaces de ejecutarlo adecuadamente. Debe destacarse sobre todo el trabajo de Daniel Condamines, Annarita Pasculli y Alice Cerrato.
El Culto a los Muertos y la Fiesta no sólo son dos caras de una misma moneda; son algo más: cada una de estas manifestaciones contiene elementos de la otra. Cuando al final se abre la reja es quizás el perro Xólotl quien, envuelto en mágica luz, custodia el umbral. Y quien mantiene el vínculo entre los vivos y los muertos.
Katja Schneider, Humboldt 121| Inter Nationes 1997 (Süddeutsche Zeitung, 27 de febrero de 1997)
“… Atmósferas y recuerdos es lo que Daniel Goldin quiere rastrear. El estado de ánimo básico de las coreografías de Goldin es la melancolía… Cuando Goldin realiza lo que es esencialmente un viaje danzado a través de Argentina, relata también sobre la soledad de las personas y sobre la naturaleza sobrecogedora. Lo hace a través de un refinado vocabulario de movimientos, que une la danza expresionista con los impulsos de cadera del tango o con la rígida dignidad de una danza folklórica con máscaras. Para Goldin la danza es mucho más que abstracta.”
WDR Mosaik, 5 de febrero de 1997
“La tierra tiembla, un mini volcán arde rojizo en la oscuridad en el escenario extenso. El mar borbotea placenteramente, los pájaros cantan, una guitarra aporta a la armonía general. El paraíso dormido, creado por el poético y talentoso director del Tanztheater de Münster Daniel Goldin, quien despierta en la Sala Pequeña las fuerzas y el talento de todo un continente. La obra “Cancionero - Liederbuch” del argentino impulsa al elenco de diez bailarines a animarse vehementemente a bailar. El primer trabajo creado por Goldin exclusivamente para el Teatro Municipal de Münster entusiasmó, durante el estreno, por la facilidad con que fueron bailados los temas básicos de la humanidad, durante los entretenidos 90 minutos de duración de la obra… Desde la fuerza bruta tanto de la danza como de la música crece la vitalidad. Goldin desarrolla muy lentamente los movimientos… el arte de Goldin es admirable; el coreógrafo utiliza música folklórica de diez países latinos diferentes, sin caer nunca en lo banalmente folklórico. Por el contrario: las piezas auténticas de canto y guitarra, que unen las escenas, son tomadas seriamente tanto en su melancolía como en su alegría… Serán representadas no sus historias… sino más bien sus atmósferas… Con figuras clásicas sincrónicas, Goldin hace girar la compañía hacia la extrema alegría, hasta que súbitamente penetra el terror. Goldin sabe de los ritmos rápidos de la diversión y la fiesta en Suramérica. En constante tensión entre pesares y placeres, entre vida y muerte, se ubica la declaración de amor de Goldin a Latinoamérica. No hay denuncias de culpabilidad… lo importante para Goldin es la dignidad de las personas que allí viven, cuyos rituales respeta y los que carga atmosféricamente…”
Andreas Weitkamp, Münstersche Zeitung, 8 de febrero de 1997
“… Goldin representa con su original lenguaje de movimiento situaciones de países latinos. Su lenguaje es tan personal como el de Franz Schubert. Tanto para el argentino como para el clásico vienés, se trata simplemente de las emociones. Seguramente, Goldin no pensó en absoluto en un homenaje a Franz Schubert en su nueva obra; sin embargo, se acerca mucho a sus sentimientos melancólicos compuestos de forma vivencial… Quien no se sienta tocado, no entenderá nunca la concordancia entre la vida personal y el arte actual. Goldin sacude de una manera sutil y tiene mucho que decir.”
Marieluise Jeitschko, Neue Osnabrücker Zeitung, 8 de febrero de 1997
“... La coreografía de Goldin, a la cual la música proporciona un sentido lineal, vive de los contrastes: por un lado, llevando máscaras rituales, los bailarines se tenderán contra el muro a través de ritmos monótonos de tambores que invocan las metralletas. Por el otro, inmediatamente después, entra alegremente en escena un bailarín, ricamente adornado…”
Olaf Kutzmutz, Westfälische Nachrichten, 8 de febrero de 1997
“… En sus obras de danza Goldin retorna a su patria. En “Cancionero - Liederbuch” se propone nada menos que rastrear la historia, la cultura y el modo de vivir de Suramérica. En 75 minutos. Sin el kitsch del folclore. Pero con sentimiento. Por delante, en la rampa, la punta del cráter de un volcán, que desde su profundidad imaginaria centellea peligrosamente de color rojo, y al que rodean paredes laterales negras, que se angostan hacia atrás, hasta alcanzar un pasaje del ancho de un portón de garaje que bloquea un cerco de madera - esto es la metáfora de Goldin sobre las concepciones de vida sudamericanas: bailar donde la vida se siente arder, pero con la conciencia de la propia muerte. Detrás del cerco de madera se va hacia el más allá - pero recién sucederá al final de la obra. Antes de este final, Goldin y sus 10 bailarines celebran la vida humana en pleno. Lo hacen con un lenguaje dancístico, donde de una manera maravillosa, se fusionan la histórica danza moderna europea (llevada anteriormente hacia Suramérica por los bailarines expresionistas) y la danza contemporánea de nuestros días. Y esta fusión se realiza de manera distinta a todo lo que hoy está de moda, porque está aún impregnada con la creencia de la fuerza expresiva del movimiento. Lo que vemos no tiene nada que ver con la pantomima y las gesticulaciones ‘del habla’, sino con emociones, que se convierten en movimientos (Motion). Goldin es un maestro de las atmósferas y de los cambios de atmósfera. Es así como los movimientos (Motion) se transformarán en solos melancólicos, a modo de un blues andino, pero también en encantadoras y entusiastas danzas grupales (acompañadas por obras musicales temperamentales, baladas y coplas sudamericanas). En el amplio impulso para la oscilación de los brazos, en los giros sobre su propio eje, en el dibujo de las figuras que las manos danzantes pintan en el aire, se hará sentir un enorme goce en y por el movimiento y la vida - transmitido simpáticamente por una compañía joven, motivada y capaz. Se agradece a Goldin la ampliación de posibilidades de elección para los que aterricen en Münster: podrán ir a la Universidad, estudiar para la carrera o … ir a ver al Tanztheater.”
Horst Vollmer, Berliner Zeitung, 11 de febrero de 1997
“… La ternura, el acurrucarse ante el miedo - en la Sala Pequeña del Teatro Municipal de Münster se convertirá el encuentro en visión. Aquí se ha acogido el trabajo de un coreógrafo muy prometedor, totalmente distinto al de la gran Dama del Tanztheater alemán (Pina Bausch), pero sin embargo emparentados. “Cancionero - Liederbuch” es la tercera parte de una trilogía formada por “Finisterre” y “Papirene Kinder”. Relata sobre el riquísimo entretejido de culturas, establecido mediante el partir y el arribar a través de los siglos. Es un viaje coreográfico a través de Central y Suramérica. El vehículo para este viaje lo forman las canciones tradicionales, portadoras de la herencia cultural latinoamericana, y la danza expresionista alemana que actúa como interlocutor europeo y expresión de una memoria y a la cual Goldin se siente unido desde su juventud… Por esto se ve a las personas en “Cancionero” de Goldin sometidas a fuerzas extrañas. Llevan la impotencia sobre los hombros, caminan encorvados, arrojan los brazos con los movimientos típicos de la Folkwang, que aquí serán bailados con muchísimo menos Pathos que en otros lugares. La alegría de vivir y la tristeza van de la mano, desde el miedo y la resistencia. Los bailarines reptan por el piso como guerrilleros, una mujer danza alrededor de un mágico círculo rojizo, danza en remolinos salvajes sobre la arena y luego será lavada cariñosamente por las otras mujeres. La muerte festeja el carnaval, un azteca se encuentra con una niña, décimas sobre la vida y la muerte se distribuyen como pancartas en el escenario y constantemente las personas se refugian una y otra vez en sus bolsas de arena, que Goldin y la escenógrafa Susannah Wöllisch amontonaron contra las paredes, como lugar de reposo y trinchera al mismo tiempo. Todos bailan de manera reservada, levemente oscilante y también con gestos amplios; un movimiento de cadera recuerda a Latinoamérica, ninguna samba, ningún tango, un giro del cuerpo de vez en cuando, un zapateo con los pies - lo demás es europeo. Tan europea como la obra de Pina Bausch sobre Hong-Kong.”
Lilo Weber, Neue Züricher Zeitung, 17 de febrero de 1997
“Una de las melancólicas canciones sudamericanas, que sirve de base musical a la obra de danza “Cancionero - Liederbuch” del argentino Daniel Goldin, de 38 años de edad, empieza y termina con los dos renglones “El cantar tiene sentido / entendimiento y razón”. Dos estrofas más adelante, la canción relata sobre una garza prisionera: “Su canto es de cadena y es canto de agonía”. La obra de Goldin, creada para el Tanztheater Münster que dirige desde el inicio de la temporada, con canciones de México y Perú, de Brasil, Argentina, Chile, Paraguay, de España y del Caribe, es como el canto de la garza. Encadena principalmente tristes situaciones escénicas en un melancólico, no del todo desesperanzado, juego entre la vida y la muerte y refleja el estado de ánimo de todo un continente. La función de 80 minutos de duración en el Teatro Municipal de Münster comienza con un leve estruendo de un trueno. El cráter rojizo de un volcán, aparentemente activo, brilla en la oscuridad: el peligro está presente. El círculo del cráter, aún también cuando a veces se transforma en un pozo en la tierra o en una pista para pequeños actos carnavalescos y circenses, está tirado como un obstáculo en el medio del elenco de bailarines. También está delante de dos filas de bolsas que Goldin y la escenógrafa Susannah Wöllisch depositaron a lo largo de las paredes acuminadas del escenario triangular, de un portón de madera en el fondo y de dos escaleras que conducen a los tragaluces en la planta superior del escenario. Todo esto modela así el entorno abarquillado del cráter, el elemento escenográfico más importante de la obra. Cuando él arde, las personas duermen. De manera sigilosa y cuidadosa, los diez bailarines andan a tientas y se agitan, iniciándose en la vida y en la danza sobre las filas de bolsas. Alargan los brazos patéticamente hacia el cielo o mudos, imploran ayuda. Se hace evidente especialmente en las manos danzantes, que el coreógrafo fue entrenado entre 1987 y 1992 en el Departamento de danza de la Escuela Superior de Arte Folkwang de Essen, Alemania, entre otros con Hans Züllig. Cerca del suelo, por momentos de rodillas, los bailarines se mueven torpemente y como en trance. Sólo de vez en cuando una de las cinco mujeres del elenco deja mover su cadera en círculo. Que una de ellas en el agujero central de tierra se mortifica dancísticamente y luego se deja limpiar solidariamente por las otras, es la cima del exceso. Luego de cada canción nueva, luego de cada intento dancístico, el escenario se hunde inmediatamente en la semioscuridad, en el expresivo diseño de iluminación de Reinhard Hubert. Por más ascética que fuera la obra en este momento, su atractivo en todo momento alcanza para tener atrapado al espectador. En medio de la obra ocurre un desgarro repentino en la representación: Goldin comienza a desparramar un brote de color en la irisada monocromía de su panorama dancístico y de sus trozos realistas, en la pista de arena de sus asociaciones. A partir de una escena grupal veloz, los bailarines se desploman sin vida. Bajo una música de percusión como una ametralladora se arrastran por el suelo como paramilitares, con máscaras oscuras cubriendo los rostros, ataviados como terroristas. Pero sin embargo su danza es más sufriente que agresiva: la muerte que aparece en persona por primera vez en la obra de Goldin, es su propia muerte. Al fusilamiento de los Tupamaros en el muro lateral le sigue un corte extremo tanto musical como escénico. Con una música de organillo y bajo una luz relumbrante aparece un hombre con un tocado colorido: una reminiscencia carnavalesca de una divinidad incaica o un príncipe azteca. Por un breve momento los bailarines se transforman en muñecos autómatas, mediante movimientos mudos de la boca hacen el play-back de una canción indígena. La extrañeza del lenguaje será desbaratada con ironía a través de una pizarra invitando al público: ‘Y ahora todos juntos’, ‘Página 3’. Luego estas larvas de color arena se metamorfosean en caricaturas de arquetipos sudamericanos. Una monja caprichosa, con una calavera como cabeza, se lanza en un ‘Pas de trois’ con un hombre altísimo que porta una máscara real de oro (¿Majestad católica, nobleza precolombina?) y otra mujer ataviada secularmente con un color rojo flameante: los tres pares de manos relatan, con irónica apariencia, historias distintas. Un atractiva mujer morena se lía en un erótico ‘Pas de deux’ con su partenaire, que lleva la delgada y astada cabeza de un orgulloso antílope sobre la propia. La activa mujer adiestra al hombre-animal hasta el llanto descontrolado. De uno de los tragaluces baja al escenario una pelirroja y despliega una pancarta: ‘La vida no es más que un rato, en un soplo se termina’. La acción es el comienzo de una gran manifestación donde todos - desde la monja lasciva hasta el hombre con el casco del conquistador - desenrollan las pancartas y las drapean en el escenario. Con letras rojas sobre un fondo blanco, tratan sobre la muerte, a veces con una brutal seriedad otras con cinismo irónico y describe a la vida como un engaño. De forma enmarañada se mezclan simple religiosidad, superstición e ironía intelectual: ‘Hay otro Dios más severo que más tarde o más temprano le dice bien: A hacer, hermano, aquí me las pagas todas…’ o ‘Y tú, ser tan ignorante de no pensar un instante que el mundo es engañador.’. Solamente un texto escrito con tiza blanca sobre un fondo oscuro, sale de lo común (o si se refiere irónica o seriamente, cada uno tendrá que decidir por sí mismo): ‘Viva la Revolución’. El coreógrafo concibe el final como una alegoría abierta. Una de las bailarinas abre la tranquera trasera, permitiendo la vista de la máscara animal expuesta en el medio del escenario. Se puede especular bastante si la fuerza del continente depende de recurrir a las reservas de la naturaleza o a la cultura de sus indígenas o simplemente al arte. Con la lúdica seriedad del teatro, Daniel Goldin mezcla, como en un juego de dados, los tópicos y los clichés, los problemas y las esperanzas de Sudamérica en una delicada y colorida hoja con dibujos, cuyos motivos los toma de la historia y la cultura del continente sin caer en ningún instante en lo folklórico. Sin usar nunca una figura de tango, logra llevar la esencia del mismo sobre la escena, que expresa una hermosa definición sobre la danza nacional argentina: ‘El tango, un pensamiento triste que se baila’. “Cancionero” de Goldin une varios pensamientos tristes en una obra, que traslada la tristeza de un continente, sin desautorizarla o en ningún caso burlarse de ella, hacia la tornasolada esperanza del arte (de la danza).”
Jochen Schmidt, Frankfurter Allgemeine Zeitung, 21 de febrero de 1997
“… De todas maneras si uno no conoce Sudamérica por su propia experiencia, reconoce inmediatamente el multifacético calidoscopio de aquel continente. Latinoamérica es un crisol de culturas, razas y naciones con sus respectivas bellezas, emociones y tradiciones folclóricas, pero también de modestia, de melancolía y de violencia. De ninguna manera la nueva coreografía de Daniel Goldin “Cancionero” es trivialmente estereotipada como un prospecto de viaje… Una experiencia impresionante ofrecen los diez bailarines en esta primera coreografía creada para el Tanztheater Münster por Daniel Goldin.”
Marieluise Jeitschko, Ballett Journals/Das Tanzarchiv, Año 45, Nro. 2, 1 de abril de 1997
“… Goldin entreteje citas latinoamericanas en su expresivo lenguaje de movimiento, marcado por la danza expresionista alemana: elementos afro, entrenamiento paramilitar, carnaval brasilero, pasos de salsa. Aparece una monja, entra un bailarín con un tocado de joyas, otro con una máscara azteca. Se despliegan pancartas: ‘Vive el hombre en amargura…’. Sin embargo, muy pocas veces Goldin va a ser tan figurativo ya que él logra lo atmosférico a partir del movimiento. Estos son movimientos que no cuentan ninguna historia, sino que demuestran alegría y sufrimiento, pobreza y tristeza, alegría de vivir y desesperación, amor y guerra. Para eso él necesita bailarines que lleven adecuadamente a la práctica su lenguaje dancístico. Goldin los ha encontrado… La mirada de Goldin sobre Latinoamérica se quiebra varias veces, pues él mira como habitante y observador, focaliza presente y pasado y posee además el don de captar con agudeza las entrelíneas, un poco como el umbral en el cual Xólotl, el perro mortuorio de los Aztecas mantiene la conexión entre los vivos y los muertos. Y esta mirada es excepcional.”
Katja Schneider, Tanzdrama Nro. 36 / Abril de 1997