©MatthiasZölle

Von Licht und Fremde

“El viajero no sabe realmente a dónde ir con su silla. Él mira, busca, cambia de lugar y sigue siendo un extraño. La nueva coreografía de Daniel Goldin para el Tanztheater del Teatro Municipal de Münster está llena de exploradores solitarios, cuyos anhelos quedan finalmente insatisfechos… La paleta de colores del vestuario, de la escenografía y de la iluminación… cambia del blanco luminoso, pasando por el árido negro al estridente rojo y amarillo y atrapa así la luz cambiante de las tierras extrañas y sus interpretaciones a través de las artes plásticas. También el collage musical de Daniel Goldin viaja a través de la diversidad global, en el cual no sólo cita a Bach y Puccini, a Cage y Weill, sino también diversas músicas del mundo y rumores de la jungla. ¡Cómo vagan las pobres almas de los artistas a través de todo el mundo! Los pasos son con un gran esfuerzo, cada uno porta sus propio bagaje, pero la mirada permanece interiormente. En el viaje global de Goldin se trata de las propias añoranzas de cada uno, de la propia identidad, de la búsqueda interior de la felicidad - los encuentros son excepciones. Aún cuando tres parejas expresan con ternura, a través de la sincronización de sus movimientos ‘el estar con el otro’, los contactos corporales son escasos y las miradas entre las parejas no están abiertas al otro. Son ciegos los que ahí se aman. Ciegos hacia el otro y ciegos hacia el mundo, debido a la potente añoranza por la felicidad irrealizable. ¡Qué agradable aparece un caminante que aparentemente parece saber qué es lo quiere! Llevando consigo un arco, una mandolina y una cuerda, atraviesa el escenario a través de una diagonal recta. Dirigido hacia su meta, sin precipitarse en su camino, en su motivo y en su conciencia de sí mismo. Luego de pocos pasos se detiene, deposita su arco y su mandolina y se mueve seguro y fluidamente.
Los movimientos de artes marciales del lejano oriente fluyen en el lenguaje corporal del bailarín Tsutomu Ozeki, es un placer observarlo. También él es un caminante solitario, como todos los otros que tiemblan, buscan, caminan a hurtadillas, a lo largo de 90 minutos. El viaje no es divertido. Es un largo camino penoso y la mayor parte de las veces en vano.”

Ursula Pfennig, Die Glocke, 3 de November de 2008


“Adormentado está el pintor recostado en su atelier. Delante de él se manifiesta sobre la escena un sueño. Un pueblo nómade ha montado su carpa en el desierto. Lo que sucede detrás del velo de gasa se puede solamente presuponer. Es lo oculto lo que aquí despierta interés, el secreto misterioso de una noche oriental. En la velada de danza de Daniel Goldin… es la nostalgia de una forma onírica, que lo extranjero adopta en la imaginación. Inspirado en la exposición para el aniversario del Museo Regional “Orte der Sensucht” (Lugares de nostalgia), se creó la coreografía que permite mucho espacio a las asociaciones. Cuidadosamente el espectador será conducido a través de un mundo, donde los lugares cambian tan súbitamente como es posible durante la representación. Del desierto de arena al desierto gélido. Un cazador espesamente abrigado, con arco y flecha, erra a través del paisaje ¿Es Ötzi en su viaje a través de los Alpes?¿Él también era movido por las añoranzas? Antes que esta pregunta se pudiera aclarar, ya ha cambiado nuevamente la escena. Se despliega una atmósfera del Pacífico Sur, como se conoce de los cuadros de Gauguin. Luego aparecen mujeres ataviadas con vestidos antiguos, de una belleza escultórica. Tampoco faltó la veneciana de Durero.
Se establecen situaciones y luego se disuelven. Todo fluye sobre una música que abarca del clásico europeo hasta sonidos orientales. Algunos cuadros rebosan de pretensión, en otros se reconoce la ironía. En una de las escenas más impresionantes el elenco de 8 bailarines va creando un bazar oriental. Aparecen mercaderes y músicos callejeros, cuidadosamente un cliente estaciona su alfombra voladora.
En París los bailarines se inician en el savoir-vivre. En Nueva York trotan por los callejones con los sonidos de una radio que alguien trata de sintonizar. Luego de 90 minutos, se retorna con una panorámica en el atelier del pintor. El círculo se cierra. Abierta queda la pregunta sobre el significado de los capós de autos que cuelgan del techo ¿Un atasco en la autopista al paraíso, el lugar de nostalgia por excelencia del cual todavía no existe ninguna imagen fiable?”

Helmut Jasny, Münstersche Zeitung, 3 de noviembre de 2008


“¡Ahí llega el barco! Un hombre lo porta en el escenario como un modelo pequeño y quien se ha interesado, aunque sea un poco, sobre la exposición “Lugares de nostalgia” del Museo Regional de Arte en Münster, reconoce en este pequeño barco una gran pintura. Con esta cita del cuadro “El Augusta Victoria en el fiordo Naerö” también suena la música de “Peer Gynt” en la sala pequeña, los espectadores saben: estamos en el Norte.
Pero no se preocupen, la obra de Daniel Goldin “Von Licht und Fremde” (De la luz y lo extraño), que recién celebró su aclamado estreno, no es una sucesión de cuadros bailados para lo cual se necesita llevar al teatro el catálogo del museo sino es un viaje para ocho bailarines inspirado en la exposición aniversario, una versión libre a partir del tema no en 80 días sino en unos buenos 80 minutos alrededor del mundo.Como compañero de viaje, en el público uno pueda creer que reconoce algo o siente que recuerda asociativamente elementos de la exposición, está bien, pero no impide gozar la velada de danza libremente sin la comparación de imágenes. Puede ser que la escenografía de Matthias Dietrich con sus claros capós de autos colgados del techo, estuviese inspirada en la instalación del museo “Paradise in the New World”. Pero por sobre todo es un espacio fascinante que a través de su refinada sencillez y con la iluminación multifacética de Reinhard Hubert, le otorga a las historias danzadas un marco ideal.
Al principio está tirado allí un hombre en medio de un paisaje colgante lleno de misterio mientras que un segundo hombre, todo vestido de blanco, pareciera deslizarse por el espacio. De un tercero se ven sólo los brazos que reman, se percibe algo que quizás recuerda a un pájaro: el coreógrafo Daniel Goldin festeja el inicio de su viaje de danza tan lentamente, que se pudiera esperar un estudio intensivo. Sin embargo luego, cuando la riqueza de colores de Sudamérica se abrió paso a través de la austeridad inicial, se sabe de qué manera atiborrada sensorialmente se puede continuar. Y siempre aparece nuevamente un pintor como leitmotiv.
El collage musical entre el barroco y la música popular de territorios lejanos no es en ningún caso un folleto de viaje ilustrativo sino que le otorga al descubrimiento de lo extraño una nueva dimensión: mientras que Caruso canta Händel  trascienden distintos niveles temporales al cambio de lugares, lo mismo que la llegada de seres fabulosos de la antigüedad. Muchas veces la música está distorsionada a través de ruidos adicionales. Hasta uno casi cree que puede referirse a cada barco que de vez en cuando cruza el escenario.
Luego de la tercera parte, la velada culmina en un verdaderamente colorido trajinar de un mercado oriental y deja más tarde también una atmósfera de tristeza y aislamiento, luego de los aparentes sonidos dulces de la bohemia parisina de Puccini. Sin embargo los ocho fabulosos bailarines se quedan con sus lugares de añoranza, totalmente en sí mismos.”

Harald Suerland, Westfälische Nachrichten, 3 de noviembre de 2008


“En la Sala Pequeña del Teatro Municipal de Münster, Daniel Goldin coreografió una velada de danza para cuatro bailarinas y cuatro bailarines, ordenando de manera lineal, una larga cadena de escenas. “Von Licht und Fremde” (De la luz y lo extraño) se apoya en la exposición del Museo Regional de Westfalia “Orte der Sensucht” (Lugares de nostalgia) que juntó en más de 550 obras de arte los mundos deseados y soñados de los artistas plásticos, pero recurre a imágenes de satisfacción de los deseos de otras artes como la ópera y los cuentos de hadas. Desde un principio el techo del escenario actúa como un recuerdo de un automóvil, uno de los medios de viaje preferido: está densamente poblado por capós de motor y del maletero. La escenografía de Matthias Dietrich que se angosta hacia atrás en una oscuridad opaca y metálica, es espectacular al inicio: en medio de un paisaje de telas blancas de seda, que cuelgan en forma de bolsas, se puede mirar a través como si fueran los desfiladeros de rocas cretácicas de los cuadros de Rügen de Caspar David Friedrich.
Sin embargo se descuelga todo rápidamente y comienza un paseo dilatado y en cámara lenta, casi como el de un sonámbulo, a través de la galería de cuadros. Aparece una falda colorida sobre el traje blanco de Tsutomu Ozeki como prueba de la estadía en el Pacífico Sur de Gauguin, Ines Petretta se parece a la joven y pelirroja veneciana de Durero y con un largo y malicioso cigarrillo con boquilla Jennifer Ocampo Monsalve señala el París de Toulouse-Lautrec.
Casi sin variaciones de ‘tempi’ recorren los distintos bailarines su camino con su simbólica utilería. En general cuando varias personas se mueven en la penumbra del escenario, lo hacen de manera individual. Luego de casi 45 minutos sucede la primera tranquila danza de pareja. Esta vez brinda la clave para comprender la escena una aria clásica de la ópera de Willibald Gluck, “Orfeo y Eurídice”. Luego se suman dos parejas más, una de las cuales pinta uno de los más hermosos cuadros de la velada: Jennifer Ocampo Monsalve aprieta contra su torso desnudo con una brillante falda de plástico de un azul frío, como la sirenita del cuento de hadas de Christian Andersen, un acuario redondo con un pez dentro. Luego el viaje sigue por el mar para llegar después de otros 45 minutos a Oriente. Eun-Sik Park seduce con dos naranjas, alguien arrastra un diván parecido al sofá revelador de los sueños de Sigmund Freud y aparecen nuevamente todo tipo de utilería como botellas, flores, una sombrilla como también el arco de un guerrero. Entonces se encuentran primero los hombres y luego se unen las mujeres en un turbulento unísono con una música vivaz. De esta manera se crea la atmósfera por primera y última vez a partir de la danza, de una manera que no se puede revelar a partir de los cuadros. Todos empacan luego prolijamente sus cosas y con una bandera flameante se pierde todo el proyecto ‘añoranza’ en la moderna mezcla de sintonía de una radio silbante. Cuanto más estrecha es la compenetración de las escenas sueltas en el motivo generador, la velada de danza aparenta ser más distante y construida como un todo. Ella invoca menos la añoranza, al quedarse colgada de los cuadros nostálgicos que están puestos unos al lado del otro.
Luego de una extensa hora y media, se mezcló algo de extrañeza en el aplauso sostenido y los ‘bravos’ del público del estreno, que esperó menos de los cuadros extraños y enigmáticos y más de la claridad de la danza y de la temática, como lo prometió la escena inicial.”

Hans Butterhof, Recklinghäuser Zeitung, 3 de noviembre de 2008


“Lugares de nostalgia - a qué tuvieron que renunciar antaño los ciudadanos, qué arriesgaron los artistas por disciplina y por sujeción estamental: el huir de la exigencia cotidiana, la realización de los sueños. Ya en 1494 viajó Alberto Durero a Italia, que ascendió a primera posición como país de nostalgia por excelencia. Sol, mar y construcciones antiguas permitían percibir la antigüedad dorada, en la cual cualquier persona ilustrada confiaba. Bajo la luz de Italia la paleta de color de Durero era fresca, los estudios de proporciones y perspectivas descubrían las ganas a lo corpóreo. Los modelos de los antiguos estaban desnudos, también estaban desnudos los jóvenes pescadores de Taormina y las muchachas del Pacífico sur. La exhibición “Orte der Sensucht” (Lugares de nostalgia) en el Museo Regional en Münster va de viaje con los artistas, desde Durero hasta Augusto Macke, de Paul Gauguin a Emil Nolde. En cambio, el elenco de danza de Daniel Goldin del Teatro Municipal de Münster invita al público al panóptico “Von Licht und Fremde” (De la luz y lo extraño), inspirado en los cuadros de la exposición, fuertemente más estimulado por los decorados móviles de esta iconografía de la nostalgia que por los lugares mismos. Cómo los bailarines aparecen y desaparecen por las bambalinas negras, tiene algo de relato onírico, de apariciones del inconsciente que nuestro cerebro grabó de los cuadros, por que las cubrió con su propias añoranzas. Lo excitante en este suave collage, con la escenografía de Matthias Dietrich, es la focalización en insignias fetichistas que están conectados con determinados movimientos, casi ceremoniales. Los paisajes, las ciudades que se pueden ver en los cuadros se disipan. Queda sólo el gesto del que se saca la espina, aquí interpretado por una mujer, que asemeja a la veneciana de Durero. Quedan sólo las largas colas de los vestidos renacentistas, en este caso sólo son llevadas telas, con sonidos de arias de óperas italianas que por su parte, son la suma de la añoranza del amor y de la sensibilidad. Y cuando las telas se resbalan no falta poco para convertirse en la odalisca de Jean-Auguste-Dominique Ingre, presentada aquí con un pez dorado en un vaso, delante del pecho desnudo. Queda sólo el melancólico andar del pescador, que arrastra las redes tras de sí, en este caso un hombre con el torso desnudo, con bolsas de arena tiradas por sogas. Queda sólo el rojo y el amarillo de las isleñas del Pacífico Sur, que Gauguin colocó juntas, como lo hacen en la obra primero una bailarina y un bailarín y luego también otras dos bailarinas. Queda sólo el dibujante con la maleta, el block de notas, luego el caballete, cómo si estuviese sentado delante de las pirámides, los Alpes o el foro romano. Queda sólo el soñador en el sofá, con una túnica de dormir roja cardinal, que recuerda al investigador Johann Joachim Winckelmann, entre cultura y voluptuosidad, cómo también luego Johann Wolfgang von Goethe, que dejó su puesto de consejero para aparecer en la colonia romana de artistas. O sino Alexander von Humboldt que por su homosexualidad, como Winckelmann, también buscó el extranjero ya que su patria no aceptaba su diferente manera de ser. Humboldt no apreciaba mucho cada pintura que lo mostraba demasiado relajado entre libros y maquinaria científica en medio de la jungla sudamericana, quizás porque delataba demasiado. Goldin deja que un bailarín con un gesto un poco afectado represente este conjunto, en el cual deja ‘gotear’ alrededor suyo una cala y toda clase de cosas, mientras que los otros bailarines forman con sus decorados móviles, sus propias pequeñas islas de añoranza, empacando todo nuevamente y trasladándose de lugar. Cada uno tiene sus propios hatillos de nostalgias, unidos a objetos de recuerdos, cristalizados en gestos y movimientos. El principio de panóptico de citas pictóricas relacionadas no deja verdaderamente mucha interacción entre los bailarines. El coreógrafo no cuestiona sólo la fragilidad de los íconos soñados en el pasado, sino también su validez para el presente. Los paraísos destruidos por el turismo que se nos representan medialmente y el extranjero conocido no son tampoco su tema. Pero se puede ver con agrado los ciclos de danzas estilísticamente muy bien compuestos, tanto en lo musical como en la escenografía y en el vestuario. Estos motivos se superponen poco a poco y aparecen por debajo de los velos de las tiendas de Oriente, culminando en un conjunto de islas de añoranzas. Un juego de ensoñación.”

Andreas Berger, tanzjournal, Junio de 2008

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