@Santiago Orti

Dos.Danzas
Una velada de dúos

Daniel Goldin y el cierre de un ciclo notable


El coreógrafo argentino termina el domingo la puesta de dos obras extraordinarias: “A la deriva” y “Sueños rojos”. En el Payró

Uno de los puntos sin duda más destacados de la temporada de danza 2019 es un programa compuesto por dos dúos que el domingo 24 de noviembre cerrará un ciclo de apenas cuatro funciones en la pequeña sala del Teatro Payró. Dos piezas extraordinarias, maravillosamente interpretadas por Noelia Meilerman y Emilio Bidegain (A la deriva) y por Carla Bugiolacchi y Maximiliano Navarro (Sueños rojos). Su autor es el coreógrafo argentino Daniel Goldin, radicado en Alemania desde hace más de tres décadas. Allí, en la ciudad de Essen, integró una de los dos conjuntos que dirigía Pina Bausch y luego, durante dieciséis años condujo en Munster una compañía oficial de danza-teatro.

Goldin se formó en el Taller de Danza del San Martín y fue intérprete del Ballet Contemporáneo del Teatro. Nunca perdió el vínculo con la Argentina: además de dictar regularmente seminarios en Buenos Aires, en 2013 fue invitado por Mauricio Wainrot a montar una obra con el Ballet del San Martín: fue la bella Oscuras golondrinas. Con el Grupo de Danza de la UNA creó Pequeños retratos y en 2017, para el Festival Rojas Danza, el dúo Sueños rojos, que repone ahora junto con A la deriva.

Hecha la demasiado escueta -para tal trayectoria- presentación, vamos al grano.

-¿Cómo nació en primer lugar “Sueños rojos”, que entiendo que fue un encargo?

-Alejandro Cervera me invitó a crear una obra para el Festival Rojas Danza; sólo me dijo que tuviera alguna relación con el 100º aniversario de la Revolución Rusa. Un desafío: aunque el marco era oficial, la manera de encararlo tenía algo de proyecto independiente. Me hice dos preguntas: cómo abordar el tema y cómo elaborarlo con una generación que no ha tenido seguramente ningún contacto con la Revolución Rusa ni con el arte soviético. Puse mis condiciones a los bailarines: dos meses de trabajo, tres ensayos por semana, tres horas cada vez; algo inhabitual para una tarea independiente pero que ellos cumplieron totalmente.

-¿Cómo les acercaste al tema?

-Al principio eran nombres desconocidos para ellos: los directores de cine Nikita Mijalkov y Andrei Tarkovsky, el realismo socialista. Yo había participado de una gira del Ballet de San Martín a la Unión Soviética en 1984, en la que me pregunté qué había quedado de las ilusiones, de las ideologías. No desde el punto de vista político, sino humano.

-¿Los bailarines leyeron textos y vieron ese cine?

-Sí, les di links, les mostré imágenes, fotos. Trabajamos movimientos y poses a partir de estos materiales, no para que los copiaran, sino para ver qué les inspiraban.

-¿Puede ser que en la obra haya un enfoque irónico?

No, no ironía, sino más bien un efecto de la ingenuidad que encontré en esa iconografía. Pensaba en esas imágenes del “hombre nuevo”, heroico, y quiénes estaban detrás de esas imágenes; qué deseaban, qué anhelaban.

-Y “A la deriva”, ¿cómo nació?

-En 1992 monté un dúo con una estudiante de la Escuela Folkwang y gané un concurso en un festival en Cerdeña. Me propusieron en este festival que creara una obra nueva para el año siguiente. Empecé a buscar “en el cajón” y recordé una gira por Galicia, región de la que me enamoré. Aparecieron así los marineros náufragos, las mujeres vestidas de negro y sobre todo las leyendas celtas y su música. Pero es fundamentalmente una obra lírica, poética, una especie de filigrana en un espacio reducido al mínimo.

Laura Falcoff, Clarín, 19 de Noviembre de 2019