©MatthiasZölle

ISOLA

“Una rampa domina los caminos de los bailarines. Como modelos en la pasarela, se dan prisa y bailan sobre ella o al costado de la misma. Pero de a poco conquistan el espacio a los lados de la pasarela, los límites se disuelven, hasta que el mundo, como un colorido campo de juego, se tiende a sus pies. De esta forma, la nueva obra de Daniel Goldin “ISOLA”, que se estrenó en la Gran Sala de Münster, tiene algo de alegre. Pero Goldin no sería Goldin sin que también en este Ballet melancólico-reflexivo haga una referencia al aislamiento del hombre.
Isola es la palabra italiana para isla. Goldin parte del significado físico de isla - un lugar asilado por el agua - y también en el sentido de una isla en la que el hombre mismo logra para poder retirarse consigo mismo. La melódica fluidez del recitado de la definición italiana de la palabra, la transforma Goldin directamente en continuas pero ritualizadas secuencias de movimiento. Recuerdan el arte de meditación chino Tai Chi. Constantemente durante la hora y media que dura “ISOLA”, recurrirá a gestos formales y movimientos enlazados. El hombre permanece él mismo, lleva su  carácter consigo, aunque él abra para sí nuevos espacios. De las personas apuradas que pasan aprisa unas al lado de las otras, se conformarán grupos, se establecerá un estar con el otro.
Goldin mezcla danza-teatro de carácter bauschiano con Ballet, Modern Dance y orientalismo en un agradable pero ampliamente para nada espectacular mezcla. Encantadora es la secuencia, en la que el Ensemble, vestidos con pantalones y chaquetas oscuros con reminiscencias japonesa (Vestuario: Gaby Sogl), entran con pasos cortos llevando flores de cerezos en los brazos. La escenografía (Matthias Dietrich) concebida de una manera minimalista, con una pasarela marrón, cuyo final podría desembocar en un lago y una pared medianera con una puerta, de la que directamente entran en la pasarela. La iluminación de Reinhard Hubert pone acentos suavemente dorados sobre azul, en un juego de luz indirecta y lateral. Goldin y su equipo sugieren decoro asiático, el cual es muy bello de mirar, también conmovedor, pero corresponde a un desarrollo ligeramente previsible del abarcamiento del espacio a través del Ensemble. Finalmente se cae la medianera, los bailarines surgen apurados de manera desordenada. Se muestran solos llenos de fuerza, especialmente la elegante Hsuan Cheng e Ines Fischbach, que se mueve con una conciencia de sí misma como una entrenada luchadora de artes marciales.
Pero el amplio espacio raso se bloqueará: figuras vestidas con overoles de protección, colocan botellas de plástico a medio llenar, agrupadas sobre la escena; uno construye una hilera, que luego como piezas de dominó las  empuja. Esto aparece no solo súbitamente, sino que Goldin no logra transmitir una clara intención: sobria astracanada, donde una dirección más a fondo hubiese sido necesaria. De esta manera lo que se observa se convierte en un acertijo, a pesar de que Goldin tiene muy hermosas ocurrencias: Alice Cerrato baila, con un tutu hecho de brillantes botellas de agua, con la música de Charles Trenet “La mer”, una escena alegre. En general la música es agradable: llena de atmósfera, una mezcla introspectiva de música del mundo, canciones y sonidos minimalistas.”

Edda Breski, Westfälischer Anzeiger, 29 de mayo de 2011


Los gritos de bravo y ovaciones de pie en la Sala Grande del teatro municipal de Münster no terminaban más. El estreno del obra de danza-teatro de Daniel Goldin “ISOLA” parece haber conmovido los corazones. ¿Qué ha hecho Goldin? Él mostró sus dos lados opuestos.

Un pequeño embarcadero, ligeramente abovedado hacia arriba, se eleva hacia la platea, con quebrados postes a los lados. La bailarina Alice Ceratto parece igualmente quebrada. Un hilo de luz le marca, como en una pasarela, el camino hacia adelante, se para tímidamente al final de la rampa, recita con voz débil y en italiano, la definición de una enciclopedia de ‘isola’, la isla.
Goldin empieza sombríamente y serio como es habitual, pero no se quedará así. El coreógrafo del teatro municipal dividió la velada en dos. Atmósferas poéticas, un muestrario de movimientos melancólicos y gestos de dolor se estrechan hasta la desesperación, en la primera parte. Caos e imágenes estridentes empapelan con kitsch e ironía, la segunda parte. Uno no se va aburrir aquí para nada. Es una gran velada de danza. Pero no se va a ver ninguna nueva imagen.

Trajes que cuelgan
Goldin envía sus maravillosos doce bailarines, con oscuros trajes que cuelgan sobre los cuerpos (Vestuario: Gaby Sogl) a un escenario enmarcado por oscuras paredes (Matthias Dietrich). Él los deja atravesar la vastedad del espacio hacia todos lados, andando y arrastrándose, en medio de una jungla de ruidos y palabreríos infantiles, de electro pop y tambores. Los bailarines muestran gestos casi brutales: las manos cortan el aire, comienzan a temblar. Ines Petretta se coloca el puño en la boca, Karen Ilaender se arranca el cabello. Casi nunca existen contactos entre ellos. Sobre un canto, con reminiscencias africanas, de una coro femenino búlgaro (Le Mystère des Voix Bulgares) una bailarina se cuelga a su colega como una ahogada, él la deja caer imperturbable.
La isla como lugar de aislamiento. Ensimismados acarician algunos bailarines ramos de flores de cerezo, otros abrazan ramos de botellas de agua. Ni siquiera en un tango se encuentran las parejas. Es un tango solitario a doce. Y exactamente en este lugar llega la ruptura. Tan sorpresivamente y radical, que con asombrado rumor en voz alta será comentado por el público. Los bailarines se caen, el muro se cae: la pista del circo está libre para la estrafalaria y penetrante crítica a la civilización.

Catástrofe atómica en Japón
El mar llega desde lonas azules; carros de supermercado, repletos de botellas de agua a medio llenar, serán arrastrados hacia el escenario; los bailarines llevan trajes de protección y mascarillas protectoras. Las botellas colocadas con la tapa para abajo, recuerdan elementos de combustible atómicos. La catástrofe atómica de Japón está sobre el escenario. Algunos trajes están impregnados de petróleo. Entonces también, está nuevamente ahí la casi ya olvidada peste negra del golfo de México. Con botas de goma, los bailarines encapuchados se mueven, a pesar del incómodo vestuario, tan tranquilamente como antes. Con bikinis, gorras de baño y trajes blancos algunos tratan de seguir con la normalidad, pero se convierte en una juerga a la sombra del apocalipsis. También la música refleja el caos. Los sonidos, rítmicamente pateados y azotados, serán cubiertos parcialmente por la canción “La mer” de Charles Trenet. Hace ocho años hizo Goldin, con su “Máquina Hamlet” una crítica similar. Mucho no ha cambiado dese entonces. Ni en el mundo ni en Goldin.”

Sabine Müller, Münstersche Zeitung, 29 de mayo de 2011


“Cuando las mujeres, con pasitos cortos, traen consigo enormes atados de ramas de cerezos en flor y los hombres, con faldas hechas de crujientes láminas de oro, sostienen ramos de botellas brillantes de agua cristalina, se aproxima la poesía de Japón y el encanto del lejano oriente. Pero el idilio engaña. Una estridente, colorida y macabra farsa se impone luego de largos rituales sombríos. En las dos partes totalmente opuestas de su nueva obra de 90 minutos de duración “ISOLA”, Daniel Goldin y su Ensemble de 12 bailarines, con la escenografía de Matthias Dietrich y el vestuario de Gaby Sogl, se adentran en el terreno ‘isla’. Posiblemente los sucesos de la catástrofe natural en Japón, les abrió una nueva dimensión a la exploración a lo largo de los ensayos, agregando agudeza y actualidad.
Una pasarela de madera sobresale ampliamente sobre la platea. Sobre la abertura de una pared de listones de madera cae un rayo de luz hasta los quebrados postes, que sostiene la flotante y angosta madera. Alice Cerrato, vestida con un sobrio traje, marcha hacia delante y recita en voz baja y con mínimos gestos, la definición italiana de “isla” (isola - desolata - isolazione... se puede distinguir). Hsuan Cheng entra bailando con ágiles y elegantes movimientos. Siempre más personas entran con caras serias, vestidas con  trajes oscuros, overol, falda-pantalón. Un pensativo asceta, Damiaan Veens, llama la atención; un breve destello de felicidad en el rostro de la grácil Helena Maciel Fernandino; los amplios gestos de Ines Fischbach; los altísimos saltos de Antonio Rusciano. Como multitud, atraviesan en diagonal todos juntos el espacio, se ensartan como desfilando en una pasarela.
Música de cámara elegíaca se mezcla con vibrante música folclórica sudamericana; oboe y clarinete mezclados con cháchara infantil; sonidos sacros (del coro femenino búlgaro “Le Mystère”) subrayan el aura de rituales misteriosos. Sin interrupción, se adhiere una música a la otra, se intercambian solos con escenas de grupo. Los pocos contactos parecen duros: los hombres transportan a las mujeres sobre los hombros, como si fueran bolsas de harina. Las manos golpean duramente cuando los cuerpos caen sobre la pared.
Súbitamente la vista es atrapada fuera de la encantadora y poética aura de Japón, pues de repente se cae el muro. Como un faro en una isla, sobresale la angosta columna de iluminación. Personas alegres con camisetas de colores, bailan como en la pista de una discoteca. Pero la catástrofe toma lugar: desde los costados, personas con mascarillas protectoras, también vestidas con trajes blancos protectores, entran en escena empujando carros de compras y carretillas llenos de botellas de agua y construyen un mar de plástico alrededor de la isla (mientras que Charles Trénet canta “La mer”). Una corriente de agua hecha con una lámina de plástico azul corta la escena. Impregnada de petróleo, mancha los trajes protectores de los trabajadores. Inmediatamente están todos enmascarados, con guantes y botas de goma amarillos. Alice Ceratto se ajustó en la cintura como ración de reserva, un cinturón hecho de botellas de agua. Pues también el preciado líquido se transforma. Los amigos de un bañista de una piscina de niños, lo rocían traviesamente con una salsa marrón. Antes que la risa sobre este extraño episodio se quede atragantada, se apaga la luz abruptamente. Los aplausos estallan coléricamente.”

Marieluise Jeitschko, tanznetz.de, 30 de mayo de 2011

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