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Myriaden

Una Coreografía con las Variaciones Goldberg de Johann Sebastian Bach

“De una miríada, o sea de un ‘montón’ de vivencias y experiencias, se arma la visión del mundo del hombre. Con las fotografías del francés Henri Cartier-Bresson (1908-2004) y con un collage sonoro compuesto por música de Bach y sonidos de la naturaleza, Daniel Goldin se ha dejado inspirar en su nueva ‘variación’ coreográfica, con la que aguza la vista en lo esencial de la vida humana.
De una forma congenial se complementan la imagen, el sonido y el movimiento en una obra de arte magistral. Entre la despreocupación infantil, atravesando el mundo del dolor y los rituales religiosos mortuorios se mueve la coreografía “Miríada” de 70 minutos de duración. Matthias Dietrich y Gaby Sogl citan en los decorados y vestuarios en blanco y negro, casi textualmente, las imágenes del mundano Cartier-Bresson… Lo contemplativo se insinua con virtuosismo a través de las manos y los brazos por medio del lenguaje de señales. Uno de los bailarines al menos siempre se separa de la final para bailar, toma el casi imperceptible ritmo o atmósfera del pasaje musical momentáneo. La liviandad lúdica la consiguen mejor las mujeres que los hombres, sin embargo éstos se destacan mejor en la mística escena final. Cassiano García se escurre desde la obscuridad en una sotana gris de penitente. ‘Monjes’ con libros de oraciones desfilan en un rezo silencioso a través del espacio. Tsutomu Ozeki se mortifica como un penitente cubierto con cenizas…”

Marieluise Jeitschko, Westfälische Nachrichten, 4 de diciembre de 2006


“A primera vista el vestuario sobrio (Escenografía y vestuario: Matthias Dietrich y Gaby Sogl) da la impresión de ser casi inadecuado, pero eso desaparece rápidamente, puesto que es una de las mejores ideas del espectáculo. Las batas blancas  pueden ser al mismo tiempo dos cosas: camisones para dormir o camisas mortuorias. Cuando Goldin permite que la cálida luz del sol mediterráneo se irradie a través de los focos de luz  y los bailarines se encuentren con movimientos silvestres y bucólicos, los camisones se resbalan eróticamente hacia todas partes. Bajo una luz azul muy pálida, los intérpretes parecen tener capas fantasmagóricas cuando se inmovilizan o caen en un entusiasmo histérico…”

Manuel Jennen, Münstersche Zeitung, 4 de diciembre de 2006


“…La puesta en escena, casi como una fábula, termina plena de atmósfera, con un corto pasaje de la Misa de Bach en si Menor. Esta obra es una pieza maravillosa en el mosaico de la carrera coreográfica de Goldin. El público se mostró muy satisfecho y agradeció mucho a todos los intérpretes”

Hans Rochol, Die Glocke, 4 de diciembre de 2006


“Al principio son curiosos y se sorprenden: con pequeños pasos y ojos enormes, los bailarines tantean el escenario casi oscuro, agazapados con precaución. A continuación la música les saca la rigidez a la figuras arrugadas en sus blancos camisones de dormir. La música para címbalo de Johann Sebastian Bach le despierta al Ensemble una movilidad sincrónica, la cual inicia los movimientos contrapuntísticos con pequeños gestos y saltos… Con la ayuda de las variaciones Goldberg, durante la vida de Bach, un conde insomne pudo encontrar paz durante la noche. Y de esta manera los bailarines se dejan al principio llevar por la serenidad de la música, desarrollan sus propios Tempi, giros y proyección cuando atraviesan el espacio… La escena más potente es un dúo: una pareja rueda en el suelo tratando de reducirse uno al otro: no es la lucha lo que mueve a ambos, sino una atracción asexual. “Miríada” de Goldin no cansa por la abstracción, sino a través del traspaso poético de la música barroca popular. El coreógrafo busca aquí también nuevamente seriedad y peso. El hombre es arrojado al universo como criatura abandonada y diminuta: este es el motivo de base de todas las escenas y la causa del desasosiego que se refleja en todas las variaciones…”

Elisabeth Elling, Westfälischer Anzeiger, 6 de diciembre de 2006


El ritmo de las superficies. Concentración en la sobriedad. La potente nueva coreografía de Daniel Goldin, “Miríada” en el Teatro de Münster.
Para Henri Cartier-Bresson la fotografía fue el reconocer el ritmo de las superficies, de los matices y las líneas. Una actividad del ojo, en la cual la cámara es un medio de ayuda. La nueva coreografía de Daniel Goldin “Miríada” convierte este argumento directo y fugaz en una meditación sobre la recurrencia de las ‘incontables’ variaciones. Y el medio para conectar el “Aria con 30 transformaciones - Variaciones Goldberg” de Bach, en la versión para címbalo de Keith Jarret y dos fotos de Cartier-Bresson que realizó en 1933 en Valencia y Madrid. “Miríada” pertenece a una de las más potentes puestas en escena que Goldin realizó en los Teatros Municipales de Münster. No solamente por la concentración en lo sobrio esencial. El escenario está vacío, solo un muro ‘español’ alto y blanco, con anchos trazos negros de rozaduras y con ventanillas como tragaluces al final de ella, en la parte posterior. Mayormente está en penumbras. Por eso, se utilizan fuentes móviles de luz: transportan una vela a lo largo de la pared, bajan una bombilla desde una ventana, un foco de mano proyecta sombras danzantes y - una hermosa idea - lamparitas dentro de libros iluminan mortecinamente las caras de los bailarines. Una inversión parecida sucede casi al final, cuando las cenizas son esparcidas desde la cabeza. Los cuerpos danzantes reflejan las superficies de las imágenes y el sonido, los ritmos del espacio y la música, lo rompen reiteradamente y se vuelven ellos mismos superficies de asociaciones de algo más allá de lo visible. Como por ejemplo, cuando construyen en una especie de corro, convulsivas y trepidantes metamorfosis. O cuando en un dúo, dos cuerpos se enredan, se rodean con los brazos y así pegan volteretas: uno de los puntos álgidos. Lo aparentemente sacro se convierte en surreal: una palangana es usada primero para lavarse los pies y luego es arrastrada por la espalda a lo largo del escenario. Hay conocidas grabaciones de las “Variaciones Goldberg” para piano y trío de cuerdas. Que para “Miríada”, la única versión que se podría pensar es la de la interpretación para címbalo de Jarret, queda claro enseguida: a través de los movimientos, inquietos y mecánicos del ‘ser empujado’ durante los Tempi rasantes (en estos casos son casi miméticos con la interpretación). La composición de Bach es un ciclo cerrado: aria - variación - aria. Goldin lo quiebra. Al final suena el “Kyrie eleison” de la Misa en si Menor e Ines Petretta entra con una capa roja al borde de la escena. Hasta ese momento solo hubo camisones blancos y grises. La ruptura es sólo aparente. No sólo por la similitud del tema del bajo en las dos composiciones, o porque las 30 variaciones están estructuradas en 9 cánones (y un Quodlibet): también el Kyrie es un canto de cambio. La coreografía contrasta en su totalidad la música atípica de Bach, más bien alegre, con miradas vacías, gestos de ‘estar perdidos’ y ‘ser arrastrados’. Es decir, de manera contrapuntística.”

Marcus Termeer, taz nrw, 13 de diciembre de 2006


“Al final, Goldin logró una coreografía muy fuerte…”

Jochen Schmidt, Ballettanz, Enero de 2007


“… Con la música de las “Variaciones Goldberg” de Johann Sebastian Bach, el Ensemble de Goldin logra imágenes poéticas, coreográficamente de una gran fuerza persuasiva… En una cultivada plaza de una localidad mediterránea las cinco bailarinas y los cuatro bailarines despliegan una actividad polifacética. Al principio aparecen lentamente en el escenario como grupo, descalzos y con unos camisones blancos hasta las rodillas (Vestuario: Gaby Sogl), estrechamente apretados, levemente agachados y buscando algo con la vista con precaución.
Sin embargo se individualizan los primeros gestos idénticos. Las “Variaciones Goldberg” de Johann Sebastian Bach interpretadas por Keith Jarret ofrecen al título perfectamente otorgado, su justificación, también a los movimientos por separado, a los cambios de constelaciones y de velocidades, al ‘hacer paralelos’ y al ‘hacer contrastes’. Las 30 piezas se construyen sobre una base conjuntamente armónica. Mientras se mantiene el tema, varían las melodías.
De esta manera alterna los dúos y los solos con las danzas grupales. Diversas velocidades y vivencias temporales se efectúan al mismo tiempo como por ejemplo cuando un bailarín, que se mueve en la escena a cámara lenta, será adelantado por los pasos ligeros de otros. Hay escenas naturalistas como el acto sexual acrobático y de contacto - para esta escena hubo aplausos - que se intercambian con otras de un alto contenido simbólico como la de la bailarina que lava con tierra sus cabellos y sus pies. Estas escenas cargadas con una alegría casi infantil son seguidas por otras de melancolía y tranquilidad.
Goldin se remite en su búsqueda-creación de imágenes a las fotos del fotógrafo francés Henri Cartier-Bresson. Como estas no proceden de la memoria visual colectiva, la obra de Goldin puede conservar su propia liviandad poética frente a las mismas, que a veces se pierde cuando conscientemente siempre se baila insistentemente sobre un motivo conocido, agotándose así el movimiento. La no obviedad, en ocasiones hasta lo enigmático, hacen el fuerte del espectáculo, en el cual la danza mantiene su espacio bien abierto.
Después de una intensa hora y cuarto, el aplauso, largamente sostenido, del público del estreno para el convincente trabajo coreográfico de Goldin, que pertenece a uno de los más poéticos, y su impresionante compacto Ensemble, fue también una demostración para el Tanztheater en Münster.”

Hanns Butterhoff, Recklinghäuser Zeitung

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