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L’espace de Ravel / El niño y los sortilegios

Una velada de Ravel

“… De la misma manera que en su música Ravel oscurece y carga psicológicamente los valses, así lo hace también Goldin. No se vivencia ninguna armonía entre las parejas, sino lo contrario: soledad en la muchedumbre. Una puesta en escena muy actual.
Como hojas al viento
Los hombres no son para nada ningún tipo de galanes orgullosos, se sacuden como en un delirio febril. En una escena, están tendidos inmóviles en el suelo, mientras que las damas ‘viudas’ tienen que bailar con los sacos de sus queridos, una imagen de una gran y poética tristeza. De la misma manera que al final todos se arremolinan sobre el escenario de una manera impresionantemente sincronizada, permanecen de todas maneras aislados, con los brazos cruzados, finalmente alzando vuelo como hojas al viento…
Uno se pude habituar muy rápidamente al goce de la música en vivo. Goldin pisa nuevos terrenos también en la segunda parte: hace la puesta en escena de la ópera “El niño y los sortilegios”, una obra breve sobre un niño maleducado… que jugando destroza la casa y el jardín. Después de una seguidilla de valses provocadores, muestra Goldin en la ópera un lado sorpresivamente alegre. Ilustra de manera colorida y vivaz la entrada de los objetos… Muchas escenas desprenden humor…
Una riquísima torta para la celebración de sus 10 años como director. Los espectadores no se cansaron para nada: un aluvión de ‘Bravos’ y ovaciones de pie.”

Manuel Jennen, Münstersche Zeitung, 2 de mayo de 2006


“… “El espacio de Ravel” alinea tres valses melancólicos, y a veces un poco disonantes, uno detrás del otro, creciendo así en un éxtasis orquestal. El Ensemble baila al principio de manera realmente clásica. Pero sin embargo es fascinante ver intercalar, como ganchos, el muestrario típico de movimientos de Goldin - cuerpos temblorosos y balanceos de cadera en serie - sin abandonar la densa interpretación de la música…”

Markus Termeer, taz-NRW, 3 de mayo de 2006


“En la Gran Sala del Teatro Municipal de Münster, Daniel Goldin, hace 10 años director del Tanztheater, le regaló al público una velada especial sobre Ravel. El “espacio de Ravel” creado por él mismo abarca desde un solo acompañado al piano, pasando por una danza grupal acompañada por una orquesta completa hasta una ópera breve. La danza logra una reconciliación afortunada con la realidad, como también se espera en la música de Ravel. Su “El espacio de Ravel” comienza cuidadosamente de manera biográfica con “Pavana para una infanta difunta” en la versión para piano de 1899 (en el piano Rainer Mühlbach). Un solo bailarín (Tsutomu Ozeki) baila la lenta música de la clásica pavana española, alrededor de una muñeca vestida festivamente de blanco… Luego se amplia el reluciente espacio azul para los “Valses nobles y sentimentales”, en su versión para orquesta de 1912 y el poema coreográfico “La valse” de 1920. 8 bailarinas y 8 bailarines llenan la escena que una desvencijada araña de cristal muy tenuemente define como salón de baile (Escenografía: Matthias Dietrich). Las mujeres están descalzas y llevan vestidos largos azules mientras que los hombres están calzados y con trajes oscuros (Vestuario: Gaby Sogl). El Ensemble retoma las duras y cortantes disonancias de Ravel, que en realidad funden los sonidos incompatibles con el impulso quebrado del vals vienés. Casi nunca se llegan a formar parejas, más bien figuras aisladas se abrazan a sí mismas y los hombres las rompen cayéndose al suelo. La danza no reproduce uno a uno la música, sino que la acción de bailar en sí mismo consigue moderar la ruptura de la armonía del mundo del vals, en cuanto transporta la música a la realidad del movimiento. La alegría del vals se rearma, no más de manera naif, sino multiplicada.
De la reconciliación con el mundo cuenta “El niño y los sortilegios” de Ravel, la colorida ópera-fábula sobre un “niño enojado y los maleficios” basado en el texto de Colette.
… La velada termina como en un cuento de hadas, cuando hasta para el mismo niño malo (Judith Gennrich) todo está nuevamente en orden en su mundo de fantasía. Con el instrumento de la danza, se corporiza un momento de éxito vital en medio de una realidad desfavorable, a través de lo cual la producción de Goldin evita el kitsch y logra un resultado afortunadamente compacto. Solamente a través de la rigurosa bajada del telón se pudo impedir que el público del estreno continuara con sus larguísimas y entusiastas ovaciones para todos los participantes, sobretodo para Daniel Goldin y Rainer Mühlbach.”

Hans Butterhof, Recklinghäuser Zeitung

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