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Lachrimae mundi

 

 

“La nueva obra de danza “Lachrimae mundi” (Lágrimas del mundo)… es una obra de arte total, magistral y de una  estética elevada. De esta desconcertante ortografía del título en latín es responsable el músico inglés del Renacimiento, John Dowland (1563-1626), que inspiró al coreógrafo argentino. Pues el compositor para laúd, versátil y melancólico, recorrió Inglaterra, Dinamarca, Alemania y Francia permitiéndose de esta manera donde podía su libertad artística, nombró su colección de música bailable, presentada en 1604, “Lachrymae”. “Lachrimae” fue entonces tan popular en toda Europa como hoy la “Sinfonía de las lamentaciones” de Henrik Górecki. Está compuesta por 21 danzas cortesanas, canciones y sobre todo por “siete pavanas apasionadas” - construidas todas sin excepción sobre el mismo motivo de cuatro notas descendentes, en donde predomina una cierta melancolía, gracias también a una armonía encantadora y a la instrumentalización para laúd y cuarteto de cuerdas,  aunque se trate de las lágrimas de los amantes. En la coreografía de Goldin queda sólo una pavana como acompañamiento de un dúo, al lado de 2 canciones de Dowland y una gallarda alegre para el final... Entre las escenas más bellas (influenciadas fuertemente por la danza expresionista) pertenecen las grupales del inicio y el final, las que incluyen las citas encubiertas del primer coral “Herr, unser Herrscher”  y del último  “Ruht wohl, ihr heiligen Gebeine” de “La pasión según San Juan” de Bach y una fuga de la “Ofrenda musical”, entremezclada con ruidos de la naturaleza, sonidos folklóricos y rumores de un terremoto. El diseño de iluminación de Reinhard Hubert y el vestuario de Gaby Sogl respaldan magistralmente esta embriagadora y elegante fiesta para la vista y el oído, llena de ensimismamiento y calidez, tristeza y esperanza, de melancolía y alegría. Es una obra magistral de Daniel Goldin, el poeta silencioso y el peregrino en la búsqueda de seguridad, una moderna obra de danza con luz propia, magistralmente presentada por los maravillosos bailarines de Münster. Son 70 minutos teatrales que pueden llegar al alma.”

Marieluise Jeitschko, Westfälische Nachrichten, 27 de noviembre de 2000


“Los alegres sonidos de laúd agasajan a los bailarines vestidos de color rojo, un ambiente tranquilo festivo flota sobre la primera escena, animada  y armónica, de la nueva velada de danza de Daniel Goldin “Lachrimae mundi”, las lágrimas del mundo. Pero enseguida se oscurece el escenario en la sala de Münster. Una pareja se desprende del grupo, la armonía ceremonial se rompe. La luz se va transformando en azulada, los sonidos estridentes del saxofón cortan el espacio vacío. El viaje a través de la noche está creado en forma de ciclo: después de 70 minutos los bailarines emergen de nuevo con una sensación de liberación del valle de lágrimas. Quizás se podría entender la nueva y hermética coreografía de Daniel Goldin como un drama de las miradas. Los ojos son como espejos, en los cuales se refleja el mundo en su totalidad. Y así, la tristeza por lo efímero de nuestra vida brilla en los ojos llorosos y en los cubiertos de lágrimas. Esta melancolía de las miradas es el impulso motriz, con el cual constantemente los bailarines de Goldin las reúnen en diversas constelaciones. El rojo del inicio se deshoja enseguida. Una mujer, en un pálido vestido de fiesta, da la impresión de ser una estatua. Llueven plumas blancas como la nieve y anuncian los horrores del invierno y la oscuridad, mientras suena una triste canción de la época Isabelina. El cantante habla de ‘lágrimas de cristal’ y sobre la escena cae un aire helado. Una bailarina está atada con un velo; otro miembro del elenco se acuclilla en el fondo, embalado como una momia. Solo poco a poco se encuentran las miradas: un joven galán se recuesta en el suelo con una rosa en la mano. A partir de ahora, quizás se pueden reencontrar y bailar con libertad, saliendo de la grisácea y gélida rigidez. Finalmente un músico camina alrededor, seduciendo con su flauta traversa su amiga recién despierta, la besa con sonidos y miradas. Una segunda pareja entra en escena, el hombre sacude a su partenaire tan salvajemente, como si quisiera despertarla. Los fragmentos escénicos convergen en un auge paulatino, aún cuando los ruidos atronadores de guerra marcan un contrapunto funesto. El viaje invernal repleto de lágrimas desemboca en una danza festiva de un brillo escarlata. Ahora los ojos de los 10 bailarines brillan, una sonrisa libre flota en el espacio. Un largo aplauso para el elenco y el coreógrafo.”

Hans von der Gathen, Münstersche Zeitung, 27 de noviembre de 2000


“Daniel Goldin deja hacer a sus bailarines lo que realmente pueden: bailar. Con “Lachrimae mundi” (Lágrimas del mundo), el elenco del Teatro Municipal de Münster   ofrece un estreno en el escenario que se destaca a través de la fuerza expresiva del cuerpo humano trabajado. Liberados de las alusiones y agregados folklóricos de la historia universal… los 10 bailarines logran unas variaciones muy expresivas sobre el tema ‘las lágrimas del mundo’. La coreografía “Lachrimae mundi” surge con el apoyo del “Zyklus Lachrimae”, publicado en 1605 por el compositor inglés John Dowland, una obra compuesta por 7 pavanas instrumentales. Goldin combina la música de Dowland con canciones de Johann Sebastian Bach y música del barroco español, entre otras. Como opuestos, intercala grabaciones del Cuarteto para saxofones de Berlín y un collage sonoro y modifica la música antigua a través de superposiciones de ritmos y ruidos (Compaginación musical: Tomas Wacker). También el lenguaje de movimiento de los bailarines trabaja con contrastes para poder representar la versatilidad de los estados de ánimo y de los sentimientos, que a lo largo de los siglos hicieron fluir las lágrimas de los hombres: desde el espíritu melancólico de la época hasta la desesperación individual, desde el pesar profundo hasta la alegría exaltada. De este modo el elenco - todos vestidos en rojo, en un escenario negro y vacío - a través de una secuencia unísona de pasos fluidos, al son de una música barroca para órgano, trasmite una imagen de armonía estética. La atmósfera de base es triste, pero sin embargo la tristeza tiene algo de ceremonia y de comunión. Acto seguido la imagen se desgarra: sobre sonidos del Free Jazz, cada bailarín se vuelve sobre su propia desesperación, se estremece, se convulsiona, se retuerce. Uno se vuelca agua sobre sí, otro arroja heno y follaje sobre la cabeza de una bailarina. Entre estos dos polos opuestos - danzas armoniosas de grupo por un lado y formas de expresión parecidas a una Performance por el otro - está fijada toda la diversidad. Todos los fragmentos siguientes se mueven entre estos polos. A pesar de que el elenco baila extensos pasajes sincrónicos, la coreografía les deja espacio individual a los bailarines, una potencia personal y les permite introducir su propia expresión… Para los amantes de la música antigua puede ser una exageración cuando por momentos las voces de las canciones son superpuestas por martilleos y aullidos. Goldin considera a la música como ‘material’. En unos pocos fragmentos - como en una alegre danza céltica - le permite el efecto verdadero. A través de las modificaciones y contrastes, coloca tensiones abiertas, que testimonian un mundo desgarrado - y así satisface las exigencias de la danza contemporánea.”

Ursula Pfennig, Westfälischer Anzeiger, 27 de noviembre de 2000


“La vista se funde, los ojos nadan, una lágrima tiembla en el borde de las pestañas, se desprende y gotea por la mejilla. Corte. Aunque se lo haya visto miles de veces, esta primera lágrima no pierde nunca su efecto; dolorosa y llena de alegría, proporciona múltiples sensaciones y empatía - también consigo misma. Así plantea y revindica el auto placer: “To see, to hear, to touch, to kiss, to die / With thee again in sweetest sympathy” (Ver, oír, tocar, besar, morir / Contigo de nuevo en la más dulce comprensión). Las lágrimas de los amantes como icono de la tristeza por el mundo - que para la tristeza en el mundo corren otras lágrimas, ya lo supo el compositor  John Dowland con su ciclo de pavanas “Lachrimae, or Seven Teares” creadas al principio del siglo XVII. “Lachrimae mundi” (Lágrimas del mundo) llama Daniel Goldin… a su nueva obra, él se refiere expresamente en lo musical a John Dowland junto a  Bach y música española y celta del Barroco y de la época de Shakespeare. Goldin invoca la pena del mundo en lo amenazante de los bombardeos y  lo simbólico de la melancolía del amante con una rosa en su mano débil. Él muestra la tristeza como una prisión, como algo que petrifica y termina la obra de una hora de duración con las lágrimas de la alegría y de la felicidad. Lo decisivo es que Daniel Goldin en “Lachrimae mundi” se acuerda de sus raíces, de la formas claras y expresivas que la bailarina expresionista Renate Schottelius, que emigró a la Argentina, le transmitió anteriormente en su ciudad natal Buenos Aires. Y al mismo tiempo, parece tomar una nueva dirección con este trabajo, que lo aleja de las excursiones en la danza-teatro, y lo lleva a un lenguaje de movimiento abstracto y con plasticidad, en un espacio revestido de negro (Iluminación: Reinhard Hubert).
Al inicio, los diez bailarines de la compañía están enfrente nuestro repentinamente, en el pequeño escenario del Teatro Municipal de Münster; ellos van avanzando con una pierna y con la otra - casi invisible debajo de las largas faldas y pantalones violetas (Vestuario: Gaby Sogl) - hasta que uno rompe la uniformidad de los pasos, luego un segundo, un tercero, finalmente el grupo en su totalidad recae en movimientos marcados: el antebrazo, mantenido doblado delante de la cara, vibra con un gran temblor, las manos con uno más pequeño, se abren de golpe ampliamente, se vuelven a calmar y tejen nuevamente la danza que se concentra especialmente en las manos y los brazos. En forma paulatina, los pasos se agrandan, abarcan el espacio, las caderas oscilan. Torsiones. Abrir y cerrar. Alto y bajo. El lenguaje de movimiento de Goldin, rico en ideas, alcanza especialmente en las escenas grupales una nueva calidad: tanto las formaciones de los bailarines como algunas poses parecen estar influenciadas por el arte escultórico de la primera mitad del siglo XX, están severamente contorneadas, recortadas de manera afilada y no son en absoluto sentimentales (salvo un solo de la ‘bella’ en miriñaque blanco, que con demasiadas exquisitas ‘artes y oficios’ cae al suelo). Con esto el coreógrafo logra un ícono, creado a partir de la memoria gráfica de la tristeza y el desequilibrio y traslada esta imagen, a partir del cuerpo en movimiento, en la intemporalidad universal. Ahí a uno se le corta la respiración… Lo que se pudo ver en el estreno antes del día de los difuntos, es que el pequeño Tanzheater, en el lejano ‘oeste’, no solo es una compañía homogénea y madura - algunos bailarines están con Goldin desde el inicio como coreógrafo independiente hace casi 10 años - sino que también está en camino de renovarse desde dentro hacia fuera. Con la doble mirada, hacia atrás y hacia delante.”

Katja Schneider, Süddeutsche Zeitung, 29 de noviembre de 2000


“…En realidad no hay ninguna escenografía. Es algo inusual para Daniel Goldin. El escenario negro debe concentrar la mirada en los intérpretes, en la danza. Apoyado por la iluminación que cambia. Una especie de retorno a los ‘pioneros de la danza expresionista’ flota delante del coreógrafo: la pregunta ‘¿Qué puede hoy todavía la danza pura?’. Como tono base queda la melancolía. Las escenas, estas son también ‘goldinescas’, recuerdan sueños. Al mismo tiempo “Lachrimae mundi” es una clara ‘obra existencial’. De todas maneras, esto no es ningún milagro. Las lágrimas del mundo. Basadas en el ciclo de 7 pavanas “Lachrimae, or seven tears”  de John Dowland, publicadas en 1605. La música de la época isabelina aparenta estar hecha para Goldin: las lágrimas no solo como expresión de tristeza e infelicidad, las lágrimas también como las de la alegría, la felicidad, el amor, la verdad… De manera complementaria se escuchan músicas, entre otras, del barroco español y una pieza del “Arte de la fuga” de Bach en una versión del Cuarteto de saxofones de Berlín. Tema y variaciones. El juego con la fuga. Temas de referencia, que se repiten. Tema y variaciones, no solo en los movimientos, también en el vestuario de los bailarines. Al mismo tiempo la pregunta - a partir de la individualidad de los que danzan - ¿qué es tema y qué variación? Goldin y su elenco logran realmente escenas sencillas y grandiosas… Al final hubo aplausos entusiasmados durante minutos. Totalmente de acuerdo.”

Marcus Termeer, taz Münster nrw, 30 de noviembre de 2000


“Los profesores de latín de la metrópolis westfaliana Münster se van a alegrar. Ya que el coreógrafo argentino Daniel Goldin no llamó a su nueva obra, creada para el Ensemble que él dirige en los Teatros Municipales de Münster, “Las lágrimas del mundo”, sino  “Lachrimae mundi” - que proporciona el mismo resultado, pero sugiere una formación humanística. Al parecer, Goldin se orientó en una composición creada en 1605 por el inglés John Dowland “Lachrimae, or seven tears”, que según el programa de mano, adquirió en toda Europa una gran popularidad, tanto «que la expresión “Dancing Lachrime” (Bailando lachrimae) se convirtió en el lenguaje coloquial de sus contemporáneos, en un símbolo de la tristeza y la infelicidad». Con la tristeza, los diez bailarines en la última obra de Goldin, se relacionan de una manera intensa. Pero no se puede decir que por ello surge un infortunio. Casi exactamente durante una hora, se deleitan en la sala del teatro de Münster con sensaciones elegíacas. Reinhard Hubert, responsable del diseño de iluminación, deja el escenario en su mayor parte en la semioscuridad. La música suena melancólica: Dowland y Bach, música celta y española de la época de Shakespeare, atravesada con los sonidos melancólicos del Cuarteto de saxofones de Berlín - en su totalidad superpuestas por ruidos ligeros, que establecen una frágil conexión entre el arte y la realidad. El movimiento, tanto individual como grupal, es durante toda la velada sigiloso y reservado: ninguna explosión dancística o exaltaciones, ningún gran desplazamiento en el espacio. A lo largo de tramos extensos, los cuerpos parecen entretejidos en un capullo de soledad, y solamente las manos, generalmente a la altura de las caderas, se mueven parsimoniosamente. Cuando los gestos de los danzantes toman un impulso, es básicamente la mano derecha, la que suplicante toma algo en el aire y lleva al cuerpo consigo en un movimiento circular. Por momentos parece que las manos dibujan en el aire elegías, integrando todo el sufrimiento del mundo en una escritura lábil, no muy diferente de la caligrafía del lejano oriente. Gaby Sogl diseñó para las cinco mujeres y los cinco hombres, que nunca actúan como parejas sino siempre como individuos o como grupo, un vestuario de un uniforme color bordeaux, pero con diferentes diseños: vestidos oscilantes con escotes profundos en las espaldas para las mujeres, pantalones amplios y blusones, que por momentos se los quitan, para los hombres. En la parte central, las mujeres se transforman, por momentos, en seres fabulosos vestidos de blanco, con miriñaques, con largas colas tensas como velas; en casos extremos meten sus cuerpos en una ‘segunda piel’ elástica como orugas antes de su transformación en crisálidas. Goldin evita una gran monotonía, en tanto que sistemáticamente achica y agranda su Ensemble y junta sus bailarines en nuevas formaciones y agrupaciones. Se pueden ver solos suaves y oníricos y un trío sincrónico, también un dúo inusual, en el cual un bailarín acompaña (también musicalmente) con una flauta traversa a una bailarina. Solamente al principio y al final bailan unos con otros. Y cuando uno cree que la obra termina de manera tan triste como comenzó y continuó, cambia de repente la atmósfera. Por primera vez en esta velada comienza una música alegre, que deja caer toda la melancolía de los bailarines; en el final son, aunque llega de una manera súbita, las lágrimas de la alegría, las que Goldin llora. Pero en la danza como en la música estos cambios de ánimo no se tienen que justificar psicológicamente. Alcanza con crearlos de manera creíble - y para eso alcanza en este caso especial con el empujón musical.”

Jochen Schmidt, Frankfurter Allgemeine Zeitung, 8 de diciembre de 2000


“… Goldin y sus bailarines transforman el término histórico ‘dancing lachrimae’ en realidad teatral. Se deleitan formalmente con la tristeza. A lo largo de una hora la llevan al curso dancístico, acorde con la tristeza, con música melancólica de John Dowland y Johann Sebastian Bach, música barroca española, composiciones celtas de la época de Shakespeare y los sonidos oscuros del Cuarteto de saxofones de Berlín. Solamente al final se le ocurre a Goldin que también la alegría puede derramar lágrimas. Un cambio súbito atmosférico sucede; los bailarines de Goldin recuperan la tierra y la vida. A excepción de esta ‘danza de la alegría’ en el final, la atmósfera es continuamente triste, los movimientos lentos y elegíacos. No hay grandes desplazamientos en el espacio, solo una vez bailan espaciosamente, una travesía rápida de la pista de baile… Goldin evita los peligros de la monotonía en tanto que, con su pequeño Ensemble, crea nuevas formaciones grupales y destaca a los solistas. En esto elude la formación de parejas en un sentido clásico.
“Die anderen Leute” (La otra gente)… fue una obra en contra de la moda y las tendencias actuales. Con “Lachrimae mundi” no pasa otra cosa. En el aluvión de obras nerviosas ‘Fast-food’ y exhibicionismos dancísticos, coloca un pilar de serenidad. “Lachrimae mundi” no es quizás una ‘gran’ obra, pero es simpática desde un punto de vista conservador: en medio del griterío ruidoso, con el cual la mayoría de las novedades dancísticas tratan de llamar la atención, es un oasis de calma y tranquilidad.”

Jochen Schmidt, Ballett International/Tanz Aktuell, Heft 1, Enero de 2001


“… La coreografía y los bailarines son magistrales, es una delicia estética dejarse llevar y ser tocado por la música y la sugestiva y dinámica expresión de la danza… Goldin logra atrapar las variaciones de las lágrimas a través de la música y la danza y las transporta con una expresión directa y conmovedora. La serenidad alegre, la alegría, la fuerza y la dinámica están junto con la tristeza, la desesperación y la melancolía, integradas en una gran única danza. Una danza que atrapa al espectador y que no lo deja suelto hasta el final de la representación Es una coreografía impregnada de humanismo y amarra al mismo nivel tanto la vista como el oído.”

Petra Faryn, die Glocke, 14 de enero de 2001


“Las lágrimas del mundo: en el escenario forrado de negro en Münster serán corporizadas por cinco mujeres y cinco hombres. Llevan vestidos, pantalones y camisas de color rojo burdeos. Ellos pueden ser lágrimas de alegría y bailan por momentos con serenidad. Pero esto es la excepción. Lo prevalente es el goce del melancólico en el sufrir, eso es la vida. Para el argentino Daniel Goldin es este goce, la danza. Al inicio avanzan con pasos lentos hacia delante, los hombres delante de las mujeres; solamente los antebrazos prorrumpen hacia los lados. Lentamente varía la rica repetición del juego. Diez bailarines y sin embargo un solo cuerpo danzante, se hamaca y gira como si estuviese movido por un viento suave. Así es el inicio y también al final domina la homogeneidad de los 10. Entre ambos, se separan del grupo algunas imágenes móviles, solos y dúos de una soledad calma. Una mujer en un miriñaque blanco se hunde bajo una lluvia de plumas blancas, se lleva las manos al corazón. Un hombre se desgarra su camisa de una manera especialmente delicada. Una mujer se encorva, gira con los brazos abiertos; un hombre la circunda y toca una flauta. Otro hace llover pétalos de flores rojas con los impulsos de sus manos. Hasta que finalmente toca a su partenaire, la toma y la conduce, pasa mucho tiempo de esta manera, ya que la melancolía no conoce destino. Es la temporalidad resignada del melancólico, que también determina “Lachrimae mundi”. Al contrario de otras tantas compañías, Goldin reacciona a la impertinencia del presente no con cacofonía y cuerpos nerviosos sino que se coloca la máscara atemporal del melancólico. Al ruido contemporáneo reacciona con el silencio, a la velocidad vertiginosa con la lentitud y contra la tontería le opone la tristeza. Esto hace en su totalidad a “Lachrimae mundi” un ejercicio coreográfico elegante y coherente sobre el tema escapismo. Uno se puede dejar llevar, pero uno no es desafiado. Para eso la danza está muy cerca de la música y el temperamento coreográfico de Goldin en su nueva obra construido muy cerca del agua..”

Basil Nikitakis, WDR 5, Redaktion Scala - Das Kulturmagazin, 22 de enero de 2001

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