©MatthiasZölle

Dichter.Liebe

“Paredes grises, vestuario gris, un carácter opresivo. “Dichter.Liebe” (Poeta.Amor) se llama la nueva coreografía de Daniel Goldin y desde el principio queda claro: aquí no hay nada color de rosa. Mientras que el público se ubica en la sala del Teatro Municipal de Münster, los bailarines ya están en escena. Están sentados en bancos, se acuclillan en los rincones y miran adelante, inmóviles, con la mirada perdida. Daniel Goldin toma como base para su obra el ciclo de Lieder “Dichterliebe” (Amor de poeta) de Robert Schumann, una musicalización de poemas de Heinrich Heine. Lo complementa  a su vez con la sombría balada sobre la muerte del rey Belsazar, con “Noche de luna” de Eichendorf y con algunas piezas instrumentales para piano de  Schumann. También se recita un pasaje profundamente triste de “Memorias del señor de Schnabelewopski” de Heine. La música está reproducida a través de una banda sonora. La escenografía de Matthias Dietrich transmite la atmósfera de un campo de prisioneros. Los diez bailarines trepan por escalerillas a través de profundos tragaluces de hormigón, traen muebles para sentarse en el escenario. No resulta más habitable por ello, se vuelve solamente más estrecho. Continuamente los muebles son arrastrados, cubiertos o apilados en torres y al final termina todo tirado en el barro. Los actores no son solamente prisioneros, no solo están paralizados, es aún peor, están también escapándose al mismo tiempo. La escena recuerda a los refugiados de guerra de los años 40: grises mujeres asustadas, con vestidos enormemente anchos, que se enganchan en maletas gastadas de cuero. Los ruidos de una vieja grabación aumenta de manera enervante, hasta que cubre completamente los Lieder. Querer irse y no puede: cuando una bailarina, con un solo muy emocionante, expresa su dolor, los otros se apoyan espantados contra las paredes, derrumbándose al final consigo. Los movimientos de los bailarines cambian entre la inmovilidad depresiva y el vértigo maníaco. Se consuelan entre sí. Al menos, aunque no ven ninguna salida.
Pero en los poemas de Heine no se habla solo de la pena de amor, sino también sobre los placeres del amor, del “maravilloso mes de mayo”, ruiseñores y flores florecientes. Los textos están llenos de alusiones eróticas, juegan en lo pasajes más dolorosos con una distancia irónica. En la obra de Goldin los bailarines se cubren con pelucas rubias, se pintan la cara (o las manos que cubren los rostros) con sonrisas sobredimensionadas de payasos. Se ponen zapatos rojos de tacones y ensayan poses eróticas. Pero todos estos intentos serán desenmascarados como gestos amanerados de una absurdidad amarga, los rostros permanecen oprimidos y aturdidos. ¡que afuera pueda existir un mundo lleno de hermosura y amor, parece irreal!
Se podrían ver alusiones al destino de Schumann, el cual - seguramente afectado por bipolaridad - se deja morir de hambre en el manicomio. O a Heine, que pasó los últimos ocho años de su vida en su ‘cama-cripta’. En todo caso, la obra de Goldin trata menos sobre el ‘amor’ que sobre el ‘poeta’, que gira completamente perturbado sobre sí mismo. El público del estreno honró la obra con un aplauso entusiasta.”

Ursula Pfennig, Westfälischer Anzeiger, 23 de enero de 2011


Daniel Goldin no cuenta nada concreto en su nueva obra. Prefiere la danza expresionista, que se muestra a través de las emociones en lugar de las historias. Esto es siempre un desafío para el espectador, y lo es especialmente en su nueva obra “Dichter.Liebe” (Poeta.Amor).
El sábado se celebró en la sala del Teatro Municipal de Münster el estreno muy aplaudido, pero los 100 minutos dejaron mucho más enigmas que de costumbre.Los Lieder de Schumann, hermosamente ensoñadores y conmovedores, sirven como fundamento sonoro de la puesta en escena: se puede oír el ciclo “Dichterliebe” (Amor de poeta) de Robert Schumann, también la balada de Heine “Belsazar” y la conocida “Mondnacht” (Noche de luna) de Joseph Eichendorff: “fue como si el cielo hubiese besado en silencio la tierra…”. Aquí reciben los románticos su foro. Sus anhelos de unión entre naturaleza y espíritu, en la mezcla entre realidad y fantasía, la superación de los contrastes, son de una absoluta actualidad: social, política, artística. Aquí se relata sobre el gran amor, la nostalgia y el ansia, del deseo no correspondido, de la desesperación, de almas tortuosas y de muerte. La base perfecta para Daniel Goldin, el coreógrafo en tono menor.
A través de escalerillas oxidadas en el bunker
Tanto la danza como la escenografía de Matthias Dietrich aparecen en un primer momento como un gélido contra-concepto a la emocionalidad de la música. Paredes grises de hormigón encierran un espacio árido. Cubierto con tierra marrón, con la cual los 10 bailarines, vestidos con una indumentaria que les cuelga del cuerpo, se ensucian de vez en cuando y se revuelcan también en ella. Los bailarines se trepan  a través de las escalerillas oxidadas para entrar o salir en esta especie de arena, cargan, traen y amontonan diversos asientos, se agrupan, bailan solos, se encuentran fortuitamente en un dúo o en un trío. Una puerta en la parte derecha delantera de la escena se mantiene durante todo el tiempo cerrada, otra en la parte trasera izquierda conduce, a través de una arcaica escalera de peñascos, hacia una luz deslumbrante.
Chirriar desde los altoparlantes
Las asociaciones son tan variadas como la diversidad del público. Esta escenografía podría ser un bunker, un refugio antiaéreo subterráneo. Una impresión, que es ampliada a través de la manera en que los Lieder son ejecutados: a veces suenan como desde una radio antigua, otras veces chirrían a través de altoparlantes y megáfonos, o son distanciadas a través de un permanente crujido. Quizás podría ser un mundo después de un accidente atómico. A pesar de toda libertad asociativa, hay en la obra focos donde muy llamativamente se encienden concretas críticas sociales. Como por ejemplo cuando el rey de Babilonia Belsazar se alza sobre Dios y entonces la mano de un espíritu escribe en la pared ‘con letras de fuego’, la bailarina Ines Petretta toma una tiza, dibuja un reactor nuclear en la pared y lo tacha.
Quizás se encuentran en un psiquiátrico. O en la fosa de leones del alma (alemana). Y con esto, Goldin deja a los espectadores totalmente solos en su butaca. La utilería asociativa que proporciona al alcance de la mano es de su acostumbrado repertorio: maletas, sillas, zapatos de tacones, caras tristes pintadas con lápiz labial rojo. Para el Lied “En el Rin, sobre la hermosa corriente” se colocan pelucas enmarañadas de largas cabelleras rubias, como si fueran clones de Loreley…”

Sabine Müller, Münstersche Zeitung, 24 de enero de 2011


“… “Dichterliebe” (Amor de poeta) se llama el ciclo de gran romanticismo de canciones de amor de Robert Schumann sobre los poemas de Heinrich Heine. Daniel Goldin establece un preciso distanciamiento en el título para su nueva obra de grupo “Dichter.Liebe” (Poeta.Amor) y  complementa la banda sonora, también en parte conscientemente distanciada, con otras obras del melancólico renano (por ejemplo “Belsazar” y “Mondnacht” de Eichendorff).
Se ven bailarines en duelo. No se siente para nada el encanto de la pequeña historia de amor, que comienza “en el maravilloso mes de mayo”, que termina infelizmente y en una pesadilla - desconsoladamente para Goldin, a pesar de la transfiguración en la paz de la noche de luna (“fue como si el cielo hubiese besado en silencio la tierra”). Melancolía chejoviana, aburrimiento, la añoranza de una vida mejor en otro lugar, flamea en el inhóspito espacio: un polvoriento, mugriento granero abandonado con escalerillas de madera, metálicas para piscina y de incendio, que conducen por hendiduras hacia fuera (Escenografía: Matthias Dietrich). Un gris horroroso y lóbrego: cinco mujeres y cinco hombres, descalzos y vestidos sencillamente (Vestuario: Gaby Sogl) componen un grupo de refugiados fortuitamente reunidos. Apáticos, están  sentados un largo rato antes del inicio de la obra, en el escenario abierto. Se acarician los rostros con las manos, como si estuvieran espiritualmente ausentes, gesticulan como traumatizados, se dejan sacar la ropa exterior por las mujeres sin resistencia. Uno está al costado sentado dormitando en cuclillas. No hay pausa, hay un continuo ir y venir. Algunos cargan hasta el lugar cada vez más y más muebles por el pequeño portón que está sobre la montaña de bolsas, los acomodan por todos lados, los amontonan, los cubren con lienzos blancos, para tapar la aridez del nuevo hogar improvisado. Mientras tanto se sientan, se recuestan y esperan - ¿a qué? - o recuerdan: por ejemplo Alice Cerrato entra deambulando en una escena representando a la vida y a la muerte: por delante de blanco con una máscara con una gran sonrisa, por detrás de negro con una calavera pintada. Hsuan Cheng se sienta reiterativamente en la misma pose, llevando una tacita de té hacia la boca, debajo de la nieve que cae. La delicada Karen Ilaender lleva consigo una maletilla gastada, como casi todos. Cuando ésta se abre de repente, caen rodando pelucas baratas rubias, que todos se las ponen en la cabeza como gorros de piel, y comienzan algo que da la impresión de una danza macabra, terminando sentados muy apretados con caras sombrías en un banco de madera.
Algunas de estas danzas de grupo son muy hermosas, como es habitual en el estilo de Goldin. Pero sobre todo entusiasman algunos solos breves: Ardan Hussain (alternando con Paul Hess) baila celestialmente. Damiaan Veens, delgado como un árbol, serpentea, por así decirlo, sus brazos y piernas alrededor de sí mismo. Matthias Schikora busca la alegría maquillándose como payaso. Ines Fischbach revoltoea y  se mueve a toda prisa como loca. Hsuan Cheng gira hasta que la falda amplia y oscilante se enrosca estrechándose alrededor de sus piernas. Así se introduce a través del movimiento, gracia y vida en el desesperado e inquieto trajinar y la gris y triste soledad de esta pobre existencia. Son 90 minutos muy laboriosos. La fuerza coreográfica y calidad no se pueden equiparar al “Winterreise” de Goldin de 2003. Pero los 10 bailarines conmueven en el ‘ambiente’ de Matthias Dietrich, que mejor surte efecto cuando del gris sobrio y frío cambia en un marón cálido y acogedor. Pues entonces sí, aquí y allá, una chispa de consuelo…”

Marieluise Jeitschko, tanznetz.de, 27 de enero de 2011

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